SEMBLANZA CURRICULAR

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Nació en Cuerámaro, Guanajuato. Es DOCTOR EN ARQUITECTURA (2009), Maestro en Arquitectura (2000) y Arquitecto (1976), por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Miembro de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística; profesor de asignatura en Posgrado en Arquitectura (FA UNAM), coordinador y ponente de diplomados en la DECAD FA UNAM, profesor titular en la Universidad Marista campus Ciudad de México, profesor invitado de posgrado por la Universidad de San Carlos de Guatemala (USAC), conferencista, aficionado a la pintura, la música, la historia y la literatura; viajero empedernido, autor de la monografía histórica "Cuerámaro... desde los muros de una hacienda" publicada en la edición especial de la Colección Bicentenario (2010), Gobierno del Estado de Guanajuato. Socio activo de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, y fundador y presidente de la SMGE Correspondiente en el Bajío de Guanajuato. Actualmente es Director de Integración de Planeación, Proyectos y Presupuesto, de la Dirección General de Obras y Conservación de la UNAM.

viernes, 9 de diciembre de 2016

DESVELANDO LA LEYENDA DEL TIGRE DE SANTA JULIA (ÚLTIMA PARTE)



La ejecución de El Tigre de Santa Julia


Cárcel de Belem (Imagen tomada de Internet, s/d)

JOSÉ DE JESÚS NEGRETE MEDINA, el tristemente célebre Tigre de Santa Julia, pasó la última noche de su vida en la Cárcel de Belén, donde fue puesto en capilla antes de su ejecución. La capilla que ocupó el reo de muerte se improvisó en la habitación de descanso de los celadores de la prisión. La pequeña pieza estaba amueblada con una mesa al centro, y dos camas, entre las cuales se colocó un sencillo altar con una litografía de la Virgen de Guadalupe en la pared del fondo, y un pequeño Cristo entre dos velas.
José de Jesús Negrete, Tigre de Santa Julia, en capilla. (Imagen tomada de El Imparcial)
Al terminar la misa que celebró el padre Julián Villaláin a las cinco de la mañana en la improvisada capilla, no le quedaba al “Tigre de Santa Julia” otra cosa que ir a enfrentar el momento más trágico de su vida: enfrentarse a la muerte.
El tiempo volaba: ya eran las seis de la mañana del jueves 22 de diciembre de 1910. Los cuarenta hombres que constituían la escolta de capilla, al mando del comandante de la gendarmería montada, Ricardo Larralde, se encontraban formados en dos filas abiertas, en espera del reo. También estaban el segundo comandante de la escolta de capilla, teniente Antonio Magaña, y los cinco tiradores que debían llevar a cabo el fusilamiento. Éstos eran el cabo Tirso López y los gendarmes Víctor Terán, José Palacio, Luis Bretón y Dolores Valdivia.
Un poco antes habían llegado los médicos de cárceles Antenor Lescano y Torres Torija, con el legista Portas Ramírez. También estaban presentes Carlos Roumagnac, del gobierno del Distrito; el alcaide Wulfrano Vázquez, el Lic. Agustín Arroyo de Anda, jefe del cuerpo de defensores de oficio; el Lic. José de la Garza, agente del Ministerio Público, y el Lic. Justo San Pedro, defensor del reo. Sólo faltaba el Lic. Ignacio Burgoa, secretario de gobierno del Distrito, para que pudiera procederse a la ejecución.
El Lic. Burgoa llegó unos minutos más tarde, y después de algunas fórmulas de ley se ordenó el desfile de la escolta hacia el patio del jardín, donde se verificaría la ejecución del Tigre de Santa Julia.
Afuera de la cárcel, una multitud de curiosos esperaba al menos escuchar los disparos que quitarían la vida al reo. Después, a través de las crónicas de los diarios, conocerían los detalles de lo que había sucedido.
A unas pocas horas de la ejecución, El Tiempo, diario católico, describió detalladamente los acontecimientos sucedidos en la cárcel de Belén:

Fue colocado el Tigre en el centro de las dos filas abiertas, de la escolta, a cuya cabeza marcharon los señores Larralde y Magaña.
Se irguió Negrete, adelantó el pecho, adoptó la apostura marcial —téngase en cuenta que fue soldado en su juventud— y cuando la escolta recibió la orden de emprender la marcha, el Tigre avanzó sin vacilaciones, tranquilo...
[…] Llegó la escolta al patio del jardín. Detrás iban las personas que hemos mencionado antes.
El padre Villaláin y el Lic. San pedro se pusieron del lado del Tigre, quedando éste en medio de los dos.
El sacerdote exhortó por última vez a Negrete, pero este dijo:
No, Padre, no me confieso, ya no es tiempo.
Salvador Díaz Mirón

Desde una de las celdas de la cárcel de Belén, donde dos días antes había sido recluido, Salvador Díaz Mirón pudo ver el trágico acto que se desarrollaba en el patio de la prisión. El poeta y diputado desaforado estaba siendo procesado por la agresión y disparos que había hecho en contra el también diputado al Congreso de la Unión, Juan C. Chapital.
En un breve artículo que escribió después del fusilamiento y publicó en el diario El País al día siguiente (viernes 23 de diciembre de 1910), Salvador Díaz Mirón describe aquellos momentos, de la siguiente manera:

Lugar escueto, rectangular, con piso de tierra. Dos filas de guardias, las que dejan en medio un espacio libre, un paso angosto y largo. A un lado, el secretario de gobierno del Distrito, así como el jefe y los médicos de la prisión. En el fondo, un par de trozos de muro, no sé si acabados de construir, pero que recién enjalbegados blanquean siniestramente.
El pelotón de ejecución, compuesto de seis mancebotes, sobre cuyas azules chaquetas veo albear níveos cordones, viene, y en las hileras repártese, como disimulándose.
En los alrededores, gente situada en alturas que no superan las tapias del edificio lúgubre, esfuérzase por penetrar con la luz de los ojos velos de piedra. Un racimo de curiosos apriétase y espera sobre dominante depósito de baño. Un individuo atisba, ávido y oblicuo, en el tope de un poste de telégrafo.
Un movimiento, que en las líneas de hombres armados serpea como calosfrío, resulta anunciador. El reo aparece, conducido por la escolta, vistiendo luctuoso traje de charro, sereno y casi jovial. Sacerdotes compasivos acompañan al condenado, que sujetas con esposas trae atrás las manos culpables.

El Tiempo continúa narrando los detalles:

 Negrete tenía atadas las manos con esposas. El Padre Villaláin no se apartaba de su lado, y en esos momentos, el Comandante Larralde se acercó a Negrete y le indicó que avanzara hasta el sitio donde debía recibir la muerte.

Negrete se irguió más aún. —“Vamos,” —dijo y avanzó con paso firme.

Se quitó el sobrero charro y lo entregó a su defensor, recomendando que le fuera enviado a su hija que vive en el Estado de Guanajuato.

Se instaló en el sitio destinado a la ejecución; los cinco gendarmes se colocaron frente a él y Negrete suplicó que se le permitiera hablar.

Desde su celda, Díaz Mirón no perdía detalles, y prosigue su narración:

[…] El Tigre de Santa Julia exclama con voz vibrante: “Adiós, todos”. Los brazos del criminal son fuertemente amarrados a una vigueta empotrada en el suelo, delante del pedazo de pared. Negrete se yergue, levanta la cabeza destocada y gris, no mira los negros agujeros de los fusiles que apuntan, sino el firmamento que pálido y nebuloso semeja lleno de atribulada e infinita piedad.
¡Fuego! La detonación retumba. El estallido de una carabina se retarda notablemente. Y el verdugo tornado víctima se desploma; pero como se halla atado, pende lamentablemente, dobladas las piernas, sesga y no abatida la orgullosa testa, vivo todavía. […]
Momento de la descarga del pelotón de fusilamiento (J. Guadalupe posada)

Noticia de la ejecución. (Edición Extra de El Imparcial)

El Tiempo continúa su dramática crónica, de la siguiente manera:
Quedó el cuerpo en genuflexión, con una pierna cruzada sobre la otra.
Inmediatamente se acercaron los médicos, y el doctor Antenor Lecano se inclinó sobre el cuerpo ensangrentado. Se dio cuenta de que aún seguía con vida, y ordenó que le fuera dado el tiro de gracia. Se acercó el cabo, y al pretender hacer el disparo, mintió el arma, probablemente por un defecto del parque, y hubo necesidad de que un individuo de la escolta le diera el tiro de gracia.
El Imparcial, con una narrativa más profusa, introduce algunos datos que no detalla El Tiempo. En lo que se refiere al segundo tiro de gracia —porque el primero sólo había rozado la mejilla del moribundo—, señala que al acercarse el médico
[…] el sentenciado dio una nueva señal de vida: una profunda aspiración que denunció su vitalidad y que determinó la orden de que se le aplicara el segundo tiro de gracia, que le fue aplicado esta vez en la cabeza, penetrando por el temporal izquierdo para salir por el parietal derecho...
UNA AUTOPSIA A LA LIGERA
Inmediatamente se colocó al ajusticiado en una camilla y se le trasladó a un patiecito, donde el cadáver fue desnudado para que los facultativos que habían presenciado la ejecución se dieran cuenta del lugar donde habían penetrado los proyectiles.
De los cinco disparos que hicieron los miembros del pelotón de fusilamiento, Negrete sólo recibió dos: uno que penetró en el cuello, dos centímetros arriba de la horquilla del esternón, sin que llegara a salir el proyectil, y otro en el tórax, seis centímetros arriba de la tetilla izquierda, y éste mostraba salida en la espalda. El primero atravesó la yugular y le produjo abundantísima hemorragia; el otro, lesionó el corazón.
Además, por la posición en genuflexión que adoptó el cuerpo inerme, con una pierna doblada hacia atrás, el proyectil del segundo tiro de gracia, que salió por el parietal derecho, impactó también en el pie de la pierna doblada en genuflexión, por la planta, perforando la suela del zapato.
Terminada la inspección médica, nadie reclamó el cadáver, por lo que el cuerpo ensangrentado y sin vida del Tigre de Santa Julia fue depositado en un modesto féretro de pino que tenían preparado, para ser conducido luego al panteón municipal de Dolores en una carroza de tercera clase.
Así terminó la vida de José de Jesús Negrete, pero al mismo tiempo comenzó la leyenda del “Tigre de Santa Julia”.
El Imparcial concluye su crónica con este párrafo:
Este ha sido el epílogo de la cadena de crímenes cometidos por este hombre, que ha hecho célebre una de las más negras y sangrientas páginas de la criminalidad en México.

El cráneo del Tigre de Santa Julia

Después de veinte años de la ejecución de José de Jesús Negrete, según Omar Flores, el cráneo de El Tigre de Santa Julia salió del panteón de Dolores el 28 de marzo de 1931, para ser estudiado. Estuvo por años en una caja de zapatos y luego formó parte de la decoración de la oficina del Dr. Alfonso Quiroz Cuarón, quien —se dice— lo utilizaba como pisapapeles en su escritorio. Se sabe que el criminalista Quiroz Cuarón realizó diversos estudios al cráneo, pero hasta ahora sus resultados no han sido difundidos.
En la actualidad, el cráneo del tristemente célebre Tigre de Santa Julia se encuentra en una caja de cristal en la biblioteca del Centro Cultural Isidro Fabela, en la Casa del Risco, en San Ángel.



Calavera de José de Jesús Negrete Medina, El Tigre de Santa Julia. (Centro Cultural Isidro Fabela)


Visto de frente, aparentemente no se percibe en el cráneo ninguna alteración significativa; sin embargo, al ver la calavera por su lado izquierdo se puede observar a la altura de la sien un orificio que dejó la entrada de la bala del tiro de gracia; por el lado derecho, correspondiendo con el trayecto descrito por los diarios, se puede ver el impresionante agujero que dejó la salida del proyectil, ocupando buena parte del parietal y del temporal derechos.
Físicamente, esa calavera es todo lo que queda de José de Jesús Negrete Mediana, aquel terrible delincuente que con sus fechorías dio vida al Tigre de Santa Julia, y con su muerte, a la LEYENDA…
 

FIN DE LA SERIE "DESVELANDO LA LEYENDA DEL TIGRE DE SANTA JULIA"
Autor: Horacio Olmedo Canchola (2016)

[Todos los artículos la serie "Desvelando la leyenda del Tigre de Santa Julia" que han sido publicados en este Blog Horario: consagrado a las horas, son de la autoría de Horacio Olmedo Canchola, como resultado de una investigación hemerográfica y documental independiente. Quedan reservados todos los derechos y protegidos por las leyes nacionales e internacionales sobre el Derecho de Autor.]  

sábado, 3 de diciembre de 2016

DESVELANDO LA LEYENDA DEL TIGRE DE SANTA JULIA (TERCERA PARTE)



Jesús Negrete dio vida a “El Tigre”; su muerte, a la leyenda

Jesús Negrete vestido de charro, último día de su vida.
Se habían agotado todas las instancias para conmutar la pena capital que se había dictado a José de Jesús Negrete, “El Tigre de Santa Julia” por los delitos de homicidio cometidos en contra del gendarme Arnulfo Sánchez, el rural Regino Aguilar y los paisanos Marcelino Molina y Lauro Frías. La última, el presidente de la República, también se había negado a conceder el indulto al reo de muerte.
El martes 20 de diciembre, a las cuatro de la tarde, Negrete recibió la noticia en la celda número 88 de la crujía B, en la Penitenciaría del Distrito Federal.
Según informó El Tiempo, a la hora citada se presentaron en la celda 88 el juez primero presidente de debates, licenciado Everardo Gallardo, el Agente del Ministerio Público, licenciado José de la Garza y dos escribientes, acompañados por el Director del penal, Octaviano Liceaga. El reo recibió impávido a los funcionarios, y sin inmutarse, oyó la notificación de que el jueves 22, a las 6 de la mañana, sería ejecutado.
Por otro lado, el diario La Patria dice que Negrete se reusó a manifestar su conformidad, aunque ya lo había hecho su defensor, y que simplemente dijo “¡Qué he de hacer; así lo ordenan y no hay remedio!”.
Como la ejecución debía verificarse en la Cárcel de Belén, el Gobierno del Distrito Federal dispuso que Negrete fuera trasladado de la Penitenciaría a la Cárcel General, con todas las medidas precautorias para evitar una eventual fuga. Ahí pasaría toda la noche con centinelas de vista, recluido en la bartolina número 67 del segundo piso, antes de ser puesto en capilla durante veinticuatro horas previas a la ejecución.
A las seis de la mañana del día siguiente (21 de diciembre), se entregó al reo al Secretario del Gobierno del Distrito Federal, licenciado Ignacio Burgoa, quien a su vez lo entregó al Alcaide de la cárcel, Wulfrano Vázquez. Durante todo ese día, se ordenó silencio absoluto en la prisión, y no se permitieron visitas a los presos.

El último día, en capilla

En su edición del 22 de diciembre, el diario católico El Tiempo da cuenta detallada de las últimas horas de “El Tigre de Santa Julia”, conforme a la versión de los sacerdotes Durán y Villaláin, que asistieron espiritualmente a Negrete durante el tiempo que estuvo en capilla:
El segundo comandante de la escolta de capilla, teniente don Antonio Magaña, entró a la celda con el objeto de practicar una visita de inspección a la escolta y darle parte al comandante Larralde.
El Tigre vio a Magaña, y sonriéndole, dijo:
—  Me parece que conozco a usted.
Yo tampoco creo reconocerlo, contestó Magaña, pero no tengo fresco el recuerdo…
—  Probablemente el ejército, dijo Negrete; yo he sido soldado, agregó.
  También yo, se apresuró a decir el oficial de la gendarmería montada, fui teniente del 20 batallón y estuve en la campaña del Yaqui.
   Pues yo estuve en Sonora, cuando la guerra, dijo Negrete.
Siguió la conversación y acabaron por reconocerse mutuamente, como antiguos amigos y compañeros de armas, Negrete y Magaña.
Usted me simpatiza para amigo aunque sea en este trance triste, dijo Negrete a Magaña, y deseo tener con usted la última conversación de mi vida.
Guardó silencio durante algunos minutos, y de pronto dijo:
“Tengo que escribir algunas cartas y también varios versos, pero soy flojo para escribir, tengo pereza.
Yo le escribiré las cartas, Negrete, dijo Magaña, y los versos también, si gusta.
Acepto, mi jefe.
Negrete dictó tres cartas: una dirigida a su hija Leonila, para despedirse y enviarle cierta cantidad de dinero que le había obsequiado el Gobernador del Distrito, Guillermo de Landa Escandón; otra, al señor Octavio Liceaga, Director de la penitenciaría, pidiéndole que entregara algunos objetos que dejaba en el penal, a la persona que se presentara a recogerlos en nombre de su hija. La tercera carta fue dirigida al licenciado Justa San Pedro, su defensor, dándole las gracias por los servicios profesionales que le prestó en su juicio.
Después de las cartas, Negrete le dictó a Magaña varios versos: uno dedicado al comandante Lazarralde; otros, al señor Wulfrano Vázquez, jefe de la prisión; otro a la Sociedad, y uno a don Octaviano Liceaga. El Tiempo califica a los versos como “malos, muy malos, pésimos, podríamos decir, y muy vulgares”.
Después de una larga charla con Magaña, en la que Negrete hizo memoria de “su vida aventurera y recordó sus más notables hazañas de bandolero y matachín”, manifestó su último deseo a Wilfrano Vázquez:
Deseo, dijo el Tigre, un traje de charro, pero que sea negro, porque tiempo hace que quiero vestirme así, y aunque pocas horas de vida me quedan, siquiera durante ellas, tendré esa satisfacción.
Lo tendrá usted, Negrete, contestó el señor Vázquez.
El traje negro de charro, con un sombrero ancho galoneado, llegó a la alcaidía a las diez de la mañana del miércoles, e inmediatamente le fue entregado a Negrete. Éste, sin perdida de tiempo, se vistió con él, y suplicó que se le permitiera afeitase la barba.
Desde ese momento, y por única vez en su vida, quedó convertido en un elegante charro. Esa imagen fue perpetuada en la fotografía más conocida de “El Tigre de Santa Julia”, y sirvió desde entonces para alimentar a la leyenda, suponiendo que ésa era la forma habitual de vestir de José de Jesús Negrete.
El Tiempo, en la misma edición, continúa reseñando detalladamente las horas de Jesús Negrete en capilla:
Satisfecho se manifestaba Negrete con su indumentaria. Permaneció con el sombrero puesto, desde las diez, hora en vistió el traje negro, hasta las doce y media, en que le fueron servidos los alimentos de medio día.
Tres comidas le fueron enviadas: una de la casa del señor don Wulfrano Vázquez; otra de la casa del subalcaide y la tercera, de la señora Roqueñí, persona de sentimientos piadosos y muy caritativa, que viene a ser ángel de consuelo para los presos […]
Jefe Magaña, dijo Negrete al oficial de gendarmes, subjefe de la escolta, lo invito a comer.
      Comeré con usted por última vez, dijo el oficial.
Hasta ese momento se descubrió la cabeza Negrete; se quitó el sombrero charro, y con sumo cuidado lo colocó sobre una silla, procurando que no sufriera maltrato.
Comieron con apetito. Negrete devoró los platillos, y cuando terminó el último, continuó engullendo trocitos de pan y dando sorbos de café […]
Platicó; mejor dicho, habló de un hijo, sin permitir el uso de la palabra a Magaña. Fue aquella sobremesa de monólogo, no de diálogo entre los dos comensales. Locuaz, locuaz, muy locuaz estuvo el Tigre. Habló de esto, de aquello, de lo de más allá, sin respirar, relatando sus aventuras y refiriéndose a sus conquistas amorosas. Porque, hay que decirlo, Negrete no tenía familia propiamente dicha, pero tuvo, en cambio, muchas diferentes familias improvisadas. No era precisamente un “Tenorio” en la acepción que se da al término convencional, sino el macho que va fecundando a su paso a cuanta mujer débil o víctima de la seducción encontrara a su paso. A esto se debe que haya tenido varios hijos en distintas madres pero no formaban, naturalmente, una familia homogénea, sino una serie de descendientes de un mismo tronco, sin cohesión entre si. Por eso no hubo una sola visita de familia, para Negrete, sin embargo de su docena y media de hijos.

La última noche

Un poco después de las once de la noche, Negrete se desnudó tranquilamente, se metió en la cama, se fumó un puro hasta la mitad, y se durmió.
Al sonar las cuatro de la madrugada del día 22 de diciembre, fue despertado por el comandante de la guardia de capilla, Ricardo Larralde. El Tiempo continúa su detallada crónica de la siguiente manera:
Se vistió violentamente, como si tuviera prisa de ir al arreglo de un asunto urgente, y saltó de la cama. Respiró fuertemente; arregló el pelo, cortado a la americana, y anudó su corbata […]
Se dirigió a paso lento a la puerta y antes de llegar al dintel, dirigió la mirada hacia arriba, y fijó durante algunos momentos la vista en el cielo, cuya comba empezaba a colorear la aurora. Fue la última alborada que hirió aquella retina, que dos horas después se apagó para siempre, justo en los momentos en que el sonrosado colorido de la alborada se diluía también.
El padre Villaláin, que había permanecido con Negrete en la capilla, seguía insistiendo para que el reo se confesara. La respuesta fue la misma que muchas veces había repetido “El Tigre”: “No, padre, ya he dicho a usted que no he de confesarme […] perdemos el tiempo usted y yo”.
Accedió a oír misa. El padre Villaláin le prendió en el pecho algunas medallas y le puso dos escapularios. Negrete se inclinó un poco, hizo una genuflexión y tocó con los labios uno de los escapularios. Desde el momento de la Consagración, Negrete extendió los brazos en cruz y así permaneció hasta que la Misa terminó. El sacerdote dio la bendición, y el reo de muerte inclinó la cabeza. Enseguida se puso de pie, dispuesto a ir al encuentro de su destino.

(CONTINUARÁ LA ÚLTIMA PARTE: El último momento de El Tigre de Santa Julia)



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